Día de la Lealtad

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Compartimos un poco la historia para comprender cómo se gestó ese día memorable para todo el pueblo trabajador.

El 4 de junio de 1943 se produjo en nuestro país un golpe de estado militar que derrocó al presidente Ramón Castillo. Esto puso fin a los gobiernos que comenzaron el 6 de septiembre de 1930 luego del golpe de Estado cívico-militar contra el Presidente constitucional Hipólito Yrigoyen. Se recuerda este periodo como la Década Infame, durante la que se pusieron en práctica, entre otras medidas dictatoriales:
– El fraude electoral sistemático
– La represión a los opositores
– La proscripción (expulsión) de la Unión Cívica Radical
– Corrupción generalizada.
Debido a su deplorable situación laboral, durante el mes de octubre de 1943 los trabajadores realizaron una serie de huelgas, las que fueron respondidas por el nuevo gobierno con el arresto de decenas de dirigentes obreros. En esa tensa situación dirigentes sindicales comenzaron a conversar con algunos sectores del gobierno, que compartían los reclamos sindicales, entre los que se encontraba el joven coronel Juan D. Perón.
Dirigentes sindicales intentaban hacer oir sus reclamos, y propusieron al gobierno militar la creación de una Secretaría de Trabajo, además de fortalecer la CGT y sancionar una serie de leyes laborales que contemplaran históricos reclamos del movimiento obrero argentino. Al poco tiempo se logró que Perón fuese designado Director del Departamento de Trabajo.

Desde su puesto en la Secretaría de Trabajo y con el apoyo de los sindicatos, Perón pudo poner en práctica una gran cantidad de medidas que favorecieron a los trabajadores. Los sindicatos comenzaron a afiliar masivamente a nuevos trabajadores, muchos de los cuales eran llamados “morochos”, “grasas” y “cabecitas negras” por las clases medias y altas.

El 12 de julio de 1945 al finalizar un acto sindical masivo que se llevó a cabo en el centro de la ciudad de Buenos Aires (Diagonal Norte y Florida) la multitud de trabajadores comenzó a corear el nombre de Perón y lo proclamaron como candidato a presidente.

A principios de octubre de 1945 sectores militares disconformes con su accionar enfrentaron a Perón y exigieron su renuncia. Dejando en claro su postura el 10 de octubre Perón pronunció un discurso que tuvo gran repercusión, en el que detalló un avanzado programa de reivindicaciones laborales, desde el balcón de la Secretaría de Trabajo. El 12 de octubre el presidente Farrell ordenó su detención.

El malestar popular comenzó a hacerse notar inmediatamente en todo el país: El 15 de octubre en Tucumán tuvo lugar una huelga general proclamada por la FOTIA. Durante la noche de ese mismo día se sumaron a la huelga varios sindicatos de Rosario, exigiendo la libertad de Perón. Gran cantidad de obreros realizaron una fuerte movilización en Berisso y Ensenada, que durante varios días mantuvo la ciudad de La Plata convulsionada. Otro tanto sucedió en Valentín Alsina, Lanús, Avellaneda y muchas localidades del sur del Gran Buenos Aires. Al mediodía del 16 los obreros ferroviarios de Tafí Viejo abandonaron los Talleres.

El día miércoles 16 de octubre era día de pago de la quincena. El historiador radical Félix Luna cuenta:

“Al ir a cobrar la quincena, los obreros se encontraron con que el salario del feriado 12 de octubre no se pagaba, a pesar del decreto firmado días antes por Perón. Panaderos y textiles fueron los más afectados por la reacción patronal. -¡Vayan a reclamarle a Perón!- era la sarcástica respuesta.

En la noche del miércoles 16 el Comité Confederal de la Confederación General del Trabajo decidió declarar una huelga para el 18.

Perón ya detenido fue trasladado al Hospital Militar, ubicado en el barrio de Palermo de la ciudad de Buenos Aires. Llegó en la madrugada del 17. En esas horas comenzaba una movilización de trabajadores provenientes de todas las localidades del Gran Buenos Aires. Los obreros se negaban a ingresar a trabajar a las fábricas y talleres. Caminando iban recorriendo los establecimientos vecinos, y los obreros que allí estaban se sumaban a la marcha coreando consignas en favor de Perón. Las calles se llenaron de multitud de obreros que se dirigían hacia el centro de la Ciudad de Buenos Aires. Fue una acción apenas coordinada por algunos dirigentes gremiales, se sentía la fuerza del impulso espontáneo que provenía de las mismas columnas de obreros que mientras marchaban hacían crecer el movimiento.

Para evitar el avance la policía levantó los puentes sobre el Riachuelo de modo de impedir el único paso posible hacia la Ciudad de Buenos Aires para los que marchaban desde la zona sur (Avellaneda, Lanús, Quilmes, Berisso, etc.). Muchos manifestantes cruzaron igual en balsas o incluso a nado, ante esa evidencia horas más tarde, los puentes fueron bajados.

Ese día el presidente Farrell prácticamente no actuó. El nuevo ministro de Guerra general Eduardo Ávalos observando la enorme manifestación se negó a movilizar las tropas del cuartel de Campo de Mayo a pesar del pedido algunos jefes del ejército y del ministro de Marina. Pasadas las horas y al comprobar que la multitud era cada vez más numerosa Ávalos accedió a entrevistarse con Perón en el Hospital Militar. Mantuvieron una corta reunión y posteriormente a las 23:10 Perón salió a un balcón de la Casa de Gobierno y pronunció el siguiente discurso:

“Trabajadores:

Hace casi dos años, desde estos mismos balcones, dije que tenía tres honras en mi vida: la de ser soldado, la de ser un patriota y la de ser el primer trabajador argentino.

Hoy, a la tarde, el Poder Ejecutivo ha firmado mi solicitud de retiro del servicio activo del ejército. Con ello he renunciado voluntariamente al más insigne honor a que puede aspirar un soldado: llevar las palmas y laureles de general de la Nación. Lo he hecho porque quiero seguir siendo el coronel Perón y ponerme con este nombre al servicio integral del auténtico pueblo argentino.

Dejo, pues, el honroso y sagrado uniforme que me entregó la patria, para vestir la casaca del civil y mezclarme con esa masa sufriente y sudorosa que elabora en el trabajo la grandeza del país.

Con esto doy mi abrazo final a esa institución que es el puntal de la patria: el ejército. Y doy también el primer abrazo a esta masa inmensa que representa la síntesis de un sentimiento que había muerto en la República: la verdadera civilidad del pueblo argentino.

Esto es pueblo; esto es el pueblo sufriente que representa el dolor de la madre tierra, al que hemos de reivindicar. Es el pueblo de la patria, el mismo que en esta histórica plaza pidió frente al Cabildo que se respetara su voluntad y su derecho. Es el mismo pueblo que ha de ser inmortal, porque no habrá perfidia ni maldad humana que pueda someter a esta masa grandiosa en sentimiento y en número.

Esta es la verdadera fiesta de la democracia, representada por un pueblo que marcha a pie durante horas para llegar a pedir a sus funcionarios que cumplan con el deber de respetar a sus auténticos derechos.

Muchas veces he asistido a reuniones de trabajadores. Siempre he sentido una enorme satisfacción, pero desde hoy sentiré un verdadero orgullo de argentino porque interpreto este movimiento colectivo como el renacimiento de una conciencia de los trabajadores, que es lo único que puede hacer grande e inmortal a la Nación.

Hace dos años pedí confianza. Muchas veces me dijeron que ese pueblo por el que yo sacrificaba mis horas de día y de noche habría de traicionarme.

Que sepan hoy los indignos farsantes que este pueblo no engaña a quien no lo traiciona. Por eso, señores, quiero en esta oportunidad, como simple ciudadano, mezclado en esta masa sudorosa, estrechar profundamente a todos contra mi corazón, como lo podría hacer con mi madre.

Desde esta hora, que será histórica para la República, que sea el coronel Perón el vínculo de unión que haga indestructible la hermandad entre el pueblo, el ejército y la policía; que sea esta unión eterna e infinita para que este pueblo crezca en esa unidad espiritual de las verdaderas y auténticas fuerzas de la nacionalidad y del orden; que esa unidad sea indestructible e infinita para que nuestro pueblo no solamente posea la felicidad, sino también sepa defenderla dignamente. Esa unidad la sentimos los verdaderos patriotas, porque amar a la patria no es amar sus campos y sus casas, sino amar a nuestros hermanos. Esa unidad, base de toda felicidad futura, ha de fundarse en un estrato formidable de este pueblo, que al mostrarse hoy en esta plaza, en número que pasa de medio millón, está indicando al mundo su grandeza espiritual y material. (El pueblo pregunta: ¿Dónde estuvo? ¿Dónde estuvo?…)

Preguntan ustedes dónde estuve. Estuve realizando un sacrificio que lo haría mil veces por ustedes. No quiero terminar sin enviar un recuerdo cariñoso y fraternal a nuestros hermanos del interior que se mueven y palpitan al unísono con nuestros corazones en todas las extensiones de la patria. A ellos, que representan el dolor de la tierra, vaya nuestro cariño, nuestro recuero y nuestra promesa de que en el futuro hemos de trabajar a sol y a sombra porque sean menos desgraciados y puedan disfrutar mejor de la vida.

Y ahora, como siempre, de vuestro secretario de Trabajo y Previsión que fue y que seguirá luchando a vuestro lado por ver coronada la obra que es la ambición de mi vida, la expresión de mi anhelo de que todos los trabajadores sean un poquito más felices. (El pueblo insiste: ¿Dónde estuvo?…)

Señores, ante tanta insistencia les pido que no me pregunten ni me recuerden cuestiones que yo ya he olvidado, porque los hombres que no son capaces de olvidar no merecen ser queridos ni respetados por sus semejantes. Y yo aspiro a ser querido por ustedes y no quiero empañar este acto con ningún mal recuerdo.

Ha llegado ahora el momento del consejo. Trabajadores: únanse; sean hoy más hermanos que nunca. Sobre la hermandad de los que trabajan ha de levantarse en esta hermosa tierra la unidad de todos los argentinos. Diariamente iremos incorporando a esta enorme masa en movimiento a todos los díscolos y descontentos para que, juntos con nosotros se confundan en esta masa hermosa y patriota que constituyen ustedes.

Pido también a todos los trabajadores que reciban con cariño mi inmenso agradecimiento por las preocupaciones que han tenido por este humilde hombre que les habla. Por eso les dije que hace un momento que los abrazaba como abrazaría a mi madre, porque ustedes han tenido por mí los mismos pensamientos y los mismos dolores que mi pobre vieja habrá sufrido en estos días.

Confiemos en que los días que vengan sean de paz y de construcción para el país. Mantengan la tranquilidad con que siempre han esperado aún las mejoras que nunca llegaban. Tengamos fe en el porvenir y en que las nuevas autoridades han de encaminar la nave del Estado hacia los destinos que aspiramos todos nosotros, simples ciudadanos a su servicio.

Sé que se han anunciado movimientos obreros. En este momento ya no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido, como un hermano mayor, que retornen tranquilos a su trabajo.

Y por esta única vez, ya que nunca lo pude decir como secretario de Trabajo y Previsión, les pido que realicen el día de paro festejando la gloria de esta reunión de hombres de bien y de trabajo, que son la esperanza más pura y más cara de la patria.

He dejado deliberadamente para el último, recomendarles que al abandonar esta magnífica asamblea lo hagan con mucho cuidado. Recuerden que ustedes, obreros, tienen el deber de proteger aquí y en la vida a las numerosas mujeres obreras que aquí están.

Finalmente, les pido que tengan presente que necesito un descanso, que me tomaré en Chubut para reponer fuerzas y volver a luchar codo con codo con ustedes, hasta quedar exhausto, si es preciso.”

El 24 de febrero de 1946 se realizaron las elecciones, en las que se impuso la fórmula Perón-Quijano con el 52,84% de los votos.