A comienzos de 1800 Europa estaba convulsionada, y los enfrentamientos entre sus orgullosas monarquías tuvieron consecuencias imprevistas en las colonias americanas.
En 1799 Napoleón Bonaparte, como corolario de La Revolución Francesa se convirtió en el primer cónsul de la República en Francia (posteriormente emperador).
España, entonces bajo el reinado de Carlos IV, era aliada de Francia desde 1796.
En 1801 esos aliados declararon la guerra a Portugal y lo vencieron cuando dicho país se negó a retirarle su apoyo al Reino Unido de Gran Bretaña.
Francia, España, Inglaterra y Portugal envueltas en este conflicto, tenían una pretensión imperial común con respecto a las colonias en América.
En 1805 dos de esas potencias se enfrentaron en la batalla de Trafalgar. La flota del Reino Unido derrotó a la “Armada Invencible” española, que con esa derrota llegó al fin de tres siglos de su supremacía naval. El triunfo otorgó a los británicos el dominio absoluto de los mares durante la totalidad del siglo XIX.
La monarquía española, profundamente debilitada, perdió su poderío político y económico además de su jerarquía frente a las otras potencias imperialistas históricamente adversarias que se disputaban, entre otros intereses, el dominio colonialista del Río de la Plata.
En ese contexto se produjeron las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807 en la ciudad de Buenos Aires.
Sorpresivamente, sin ayuda de España ni del Virreinato del Perú, en estas lejanas tierras, la población se unió, se defendieron con todo lo que pudieron organizar y vencieron a los ingleses, que se tuvieron que retirar derrotados.
Se hizo patente que la corona española era incapaz de socorrer, abastecer y defender sus colonias ante un ataque exterior. Ese sentimiento de desamparo acrecentó el descontento popular y el gran repudio hacia aquellos funcionarios del virreinato que escaparon de la ciudad durante el ataque inglés.
Fue también evidente que nuestros compatriotas unidos, pudieron defender la ciudad, creando entre otras cosas las improvisadas fuerzas armadas que derrotaron a la flota británica más poderosa del mundo de aquellos tiempos. Esos criollos que participaron, con verdadero heroísmo, de la defensa de la ciudad dieron nacimiento a nuestro ejército. Fueron el brazo armado de la Revolución.
Precisamente en esa situación tan desgraciada (murieron muchos patriotas) crecieron los sentimientos de unión y fraternidad. Los ideales de la Revolución Francesa y el antecedente de la anterior Independencia de los Estados Unidos, comenzaron a tener más influencia entre los ciudadanos porteños. Latía en el ambiente un espíritu guerrero con revolucionarias ideas de independencia.
Entre tanto en España se agravaban los acontecimientos: hacia fines de 1807 gran parte de su territorio fue ocupado por los ejércitos de Napoleón. En mayo de 1808 se produjeron las renuncias sucesivas de los reyes Carlos IV y su hijo Fernando VII al trono de España en favor de Napoleón Bonaparte, quien nombró Rey de España a su hermano José. El 27 de mayo se constituyó la Junta se Sevilla y autodenominándose como Junta Suprema de España e Indias, comenzó a organizar la resistencia desde el Sur de España.
Dos años más tarde, el 13 de mayo de 1810 llegó a nuestras costas la noticia informando que Sevilla, finalmente, había caído en manos de las tropas de Napoleón.
Ante esa situación, presionado por los criollos liderados por Cornelio Saavedra y Manuel Belgrano, el virrey Cisneros, que no contaba con el apoyo de las milicias, se vio obligado a convocar al Cabildo Abierto del 22 de Mayo.
Ese martes 22, a la hora convenida el cabildo abierto comenzó a sesionar con la asistencia de 251 invitados. Las posturas de los congresales estaban divididas: los partidarios oficialistas proponían sostener al virrey para de esa manera ganar tiempo a la espera de mejores noticias de la España. Los patriotas, en cambio, querían forzar cuanto antes la instalación de un gobierno criollo.
Finalizada la sesión, se realizó la votación. Por la destitución del virrey se expresaron 162 votos y 64 por su continuidad. La fórmula más votada fue la de entregar el mando al Cabildo de Buenos Aires, el que establecería el modo de designación de una Junta. Esa postura coincidía con la opinión de Cornelio Saavedra. La revolución estaba en marcha y no habría vuelta atrás.
El día 25 de Mayo de 1810 el pueblo de Buenos Aires, capital del virreinato del Río de la Plata, hasta entonces dominado por la corona española, impuso su voluntad al Cabildo al crear la Primera Junta de Gobierno y así constituir el primer Gobierno Patrio.