El Padre de la Patria

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Hoy honramos la memoria de Don José Francisco de San Martín en un nuevo aniversario de su muerte.

En nuestro país conmemora a nuestros héroes en la fecha de su muerte y no en la de de su nacimiento. A mí me gusta honrarlos recordando sus vidas desde el primer día. José Francisco de San Martín nació en Yapeyú de las Misiones de Corrientes, un 25 de febrero de 1778. Esto fue así porque su papá el Capitán Español don Juan de San Martín fue designado Teniente Gobernador de Yapeyú en 1774. Su mamá fue Gregoria Matorras, tuvo varios hermanos, siendo él, José Francisco, el menor. Su niñera fue una india, Juana Cristaldo que según doña Gregoria, lo consentía demasiado. Vivió en nuestra tierra hasta los 9 años, edad en la que su familia partió llevándolo a España. Leyendo su biografía yo creo que el amor recibido y la fuerza de su tierra natal dejaron una huella profunda que marcó para toda su vida el espíritu de este niño correntino.

En España con apenas once años ingresó como cadete al regimiento de Murcia. Su carrera militar fue muy exitosa. A sus 34 años ya como Teniente Coronel fue condecorado con la medalla de oro por su heroica actuación en la batalla de Bailén el 19 de julio de 1808 durante la guerra contra las fuerzas napoleónicas

El joven José nunca olvidó su tierra natal y sus orígenes americanos, seguía con profundo interés los sucesos del Río de la Plata y en cuanto supo lo ocurrido aquí en aquel glorioso mayo de 1810, pidió el retiro del ejército español para poner sus conocimientos y experiencia al servicio de la que sin dudas ERA SU PATRIA y como consecuencia con una visión amplia y libertadora ayudar a la naciente revolución americana.

San Martín tenía contactos en Europa con grupos liberales y revolucionarios como la "Gran Hermandad Americana", una logia fundada por Francisco de Miranda, cuya intención era liberar América. Conoció además el plan Maitland, un manuscrito de 47 páginas, que había sido elaborado por el general inglés Thomas Maitland en 1800 y aconsejaba tomar Lima a través de Chile por vía marítima. San Martín tendrá muy en cuenta las ideas del militar inglés en su campaña libertadora. Finalmente en enero de 1812 San Martín emprende el regreso a la patria.

Decía entonces San Martín “Yo serví en el ejército español desde la edad de trece a treinta y cuatro años, hasta el grado de teniente coronel de caballería. En una reunión de americanos en Cádiz, sabedores de los primeros movimientos de Caracas, Buenos Aires, etc., resolvimos regresar cada uno al país de nuestro nacimiento a fin de prestarle nuestro servicio en la lucha."

San Martín llegó a Buenos Aires, y al poco tiempo logró que se le respetara su grado militar de Teniente Coronel. Inmediatamente se le encomendó la creación de un regimiento, lo que dio origen a nuestros Granaderos a Caballo. Hasta los uniformes y las insignias fueron diseñados por San Martín. Activo desde el mismo instante de su llegada San Martín se puso en contacto con la Sociedad Patriótica fundada por Bernardo de Monteagudo, y creó, junto a Carlos de Alvear, la Logia Lautaro, una sociedad secreta cuyos objetivos principales eran la Independencia y la Constitución Republicana.

El 3 de febrero de 1813 los Granaderos de San Martín en su bautismo de fuego frente al Convento de San Lorenzo, en Santa Fe obtuvieron un triunfo total. Y comenzó a crecer la figura del héroe.

En 1814 se hizo cargo del Ejército del Norte, pero él sabía y así lo manifestó: era una mala estrategia pretender vencer a los realistas a través del Alto Perú.

Su mente de estratega mantenía la idea de cruzar los Andes, liberar Chile y llegar por mar a Lima. Con su plan secreto completo y bien elaborado fue nombrado gobernador intendente de Cuyo el 10 de Agosto de 1814. Fue un excelente mandatario, tuvo una intensa actividad gubernativa y convirtió a la provincia en una nueva fuente de recursos para la causa de la independencia excitando los sentimientos patrióticos de sus habitantes y así todo el pueblo cuyano colaboró según sus posibilidades para armar y aprovisionar al Ejército de los Andes. El propio gobernador dio el ejemplo reduciendo su propio sueldo a la mitad.

En 1816 se aprobó su plan para liberar Chile y Perú.

Desde Cuyo, con el fiel apoyo de su gente, mantuvo comunicación con todos los referentes políticos y militares de las Provincias Unidas del Río de La Plata. Se convirtió junto con Belgrano en el principal impulsor y guía del Congreso de Tucumán. Estaba muy preocupado por la demora en sancionar la independencia y con ese ánimo dirigió una carta al diputado por Cuyo, Godoy Cruz. "¿Hasta cuándo esperaremos para declarar nuestra independencia? ¿No es cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y escarapela nacional y, por último, hacer la guerra al soberano de quien se dice dependemos, y permanecer a pupilo de los enemigos?"

Entretanto puso en pie de guerra al Ejército de los Andes y el 19 de Enero de 1817 comenzó el heroico cruce.

Así se dirigía a sus ejércitos:

"Compañeros del Ejército de los Andes: La guerra se la tenemos que hacer como podamos: si no tenemos dinero; carne y tabaco no nos tiene que faltar. Cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos tejan nuestras mujeres y si no andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios, seamos libres y lo demás no importa. Compañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta ver el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje."

Esta genial e histórica hazaña llevó a San Martín a liberar Argentina, Chile y Perú.

Este hombre que llegó a tan magníficos triunfos tras denodadas luchas no solo militares, sino también económicas y políticas, muchas veces enfermo y en completa soledad conquistó todo, admiración, respeto, lealtad, loas y cargos tales como el de Protector del Perú. Sin embargo para conseguir plenamente la Independencia Americana renunció a honores, cargos públicos y dinero. En Perú tomó la decisión de retirarse de todos sus cargos, dejarle sus tropas a Bolívar y regresar a su país.

Entre los días 26 y 27 de julio de 1822 tuvo lugar la entrevista con Bolívar en Guayaquil. Luego de ese encuentro San Martín regresó a Lima y renunció a su cargo de Protector del Perú. Poco después decidió retirarse de todos los cargos y volver a su país. Regresó a Argentina con solamente ciento veinte onzas de oro, el estandarte de Francisco Pizarro bordado por Juana La Loca y la campanilla con que la Inquisición de Lima convocaba a los tribunales.

"He convocado al Congreso para presentar ante él mi renuncia y retirarme a la vida privada con la satisfacción de haber puesto a la causa de la libertad toda la honradez de mi espíritu y la convicción de mi patriotismo. Dios, los hombres y la historia juzgarán mis actos públicos." José de San Martín (carta a Bolívar. Lima, 10 de septiembre de 1822).

Decía San Martín "La presencia de un militar afortunado, por más desprendimiento que tenga es temible a los estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte ya estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme soberano. Sin embargo siempre estaré a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más. En cuanto a mi conducta pública mis compatriotas dividirán sus opiniones; los hijos de éstos darán el verdadero fallo."

Nuestro país siguió con sus luchas internas (en ese momento Unitarios contra Federales) de las cuales nunca participó este magnífico patriota, a pesar de haber recibido órdenes en ese sentido debido a sus dotes como militar. Siempre se negó a derramar sangre de sus compatriotas. Estuvo en riesgo por no acatar las órdenes de reprimir a los federales dictadas por el Gobierno de Buenos Aires.

En enero de 1823 pidió autorización para regresar a Buenos Aires, pero Bernardino Rivadavia, ministro de Gobierno del gobernador Martín Rodríguez, se lo negó argumentando que no sería seguro para San Martín volver a la ciudad.

Así escribe en ese momento San Martín una carta a Guido del 27 de abril de 1828:

“¿Ignora Ud por ventura que en el 23, cuando por ceder a las instancias de mi mujer de venir a Buenos Aires a darle el último adiós, resolví en mayo venir a Buenos Aires, se apostaron en el camino para prenderme como a un facineroso, lo que no realizaron por el piadoso aviso que se me dio por un individuo de la misma administración”. (Altamira, Luis Roberto: “San Martín. Sus relaciones con don Bernardino Rivadavia”. Impresiones Pellegrini 1950. Museo Histórico Nacional. Su Correspondencia)

El 12 de agosto falleció la mujer de San Martín en ausencia de su esposo.

Don Estanislao López le remitió la siguiente correspondencia:

“Se de una manera positiva por mis agentes en Buenos Aires que a la llegada de V.E. a aquella capital será mandado juzgar por el gobierno en un consejo de guerra de oficiales generales por haber desobedecido sus órdenes en 1817 y 1820, realizando en cambio las gloriosas campañas de Chile y Perú. Para evitar este escándalo inaudito y en manifestación de mi gratitud y del pueblo que presido, por haberse negado V.E. tan patrióticamente en 1820 a concurrir a derramar sangre de hermanos con los cuerpos del Ejército de los Andes que se hallaban en la provincia de Cuyo, siento el honor de asegurar a V.E. que a su solo aviso estaré en la provincia en masa a esperar a V.E. en El desmochado para llevarlo en triunfo hasta la plaza de la Victoria”. (Altamira, Luis Roberto. Ibidem)

Como se puede entender esta carta se refería a la desobediencia de San Martín a Rivadavia, que pretendía que regresara para aplastar a las provincias del interior. San Martín en cambio prefirió libertar medio continente.

En lugar de la gloria que le ofrecía la carta de Estanislao López San Martín decidió regresar solo. El 4 de diciembre de 1823 llegó vestido de poncho, en una diligencia que por precaución desvió su camino, entrando en silencio en Buenos Aires, sin desfile triunfal ni saludos.

Luego fue el camino al exilio, con su hija en brazos.

El destino y nuestros conflictos internos le impidieron volver vivo a su patria. En febrero de 1829 llegó al puerto de Buenos Aires pero decidió no desembarcar. Supo que en medio de una de nuestras contiendas más cruentas Juan Lavalle había derrocado y fusilado al gobernador Dorrego. Lavalle le ofreció a San Martín la gobernación de la Provincia de Buenos Aires. Muchos oficiales le enviaron cartas a su barco y lo fueron a visitar con la intención de que se hiciera cargo del poder. San Martín respondió a Lavalle que: «el general San Martín jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos»

Posteriormente se trasladó a Montevideo, donde permaneció tres meses, para finalmente, triste y decepcionado, emprender su regreso a Europa y alejarse nuevamente de su tierra.

El 5 de agosto de 1838, al tener conocimiento el general José de San Martín del bloqueo francés decretado contra el Río de la Plata, escribió a Juan Manuel de Rosas, a la sazón gobernador y capitán de Buenos Aires, ofreciéndole sus servicios, si los creía de alguna utilidad y esperaba sus órdenes. “Tres días después de haberlas recibido -agregaba- me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine. Concluida la guerra, me retiraré a un rincón, esto es, si mi país me ofrece seguridad y orden; de lo contrario, regresaré a Europa con el sentimiento de no poder dejar mis huesos en la patria que me vio nacer.” En su respuesta Rosas le agradeció el ofrecimiento. En cambio, le escribió, estaba seguro que Don José podría prestar valiosos servicios a su Patria con las gestiones diplomáticas que pudiera realizar ante los gobiernos de Francia e Inglaterra.

Al enterarse del bravo combate de la vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845, cuando los criollos enfrentaron corajudamente a la escuadra anglo-francesa, San Martín volvió a escribirle a Rosas y a expresarle sus respetos y felicitaciones: "Ahora los gringos sabrán que los criollos no somos empanadas que se comen así nomás sin ningún trabajo".

Para ese entonces el gran patriota estaba muy enfermo. Sufría asma, reuma, úlceras y estaba casi ciego. Hasta sus últimos años mantuvo correspondencia con su gran amigo Tomás Guido, quien lo mantenía informado sobre la situación política en América.

Su estado de salud se fue agravando hasta que falleció el 17 de agosto de 1850. En su testamento pedía que su sable fuera entregado a Rosas "por la firmeza con que sostuvo el honor de la república contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla" y que su corazón descansara en Buenos Aires.

Esta última voluntad se cumplió en 1880, cuando el presidente Avellaneda recibió los restos del libertador.