Mensaje de Evita – Renunciamiento

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La primera presidencia de Juan Domingo Perón estaba en su quinto año y ya se descontaba que en las siguientes elecciones iba a ser consagrado, por amplia mayoría, Presidente de nuestra Nación otra vez.

Pero al pueblo trabajador eso no le bastaba, tenía un deseo, un sentimiento de profunda gratitud hacia una mujer inigualable: "Evita".

Ese sentimiento se manifestó claramente mediante un planteo oficial que efectuó la CGT ante el presidente Perón.
Acompañaron ese planteo el Partido Peronista Femenino (las mujeres tendrían la posibilidad de votar por primera vez en la historia de nuestro país) y centenares de agrupaciones políticas.

Todos querían que se proclamara, para las elecciones a realizarse en el mes de noviembre de 1951, la candidatura de Evita a la vicepresidencia de la nación: la fórmula aclamada era “Perón-Perón.”

El 22 de agosto de 1951 la CGT llevó a cabo el Cabildo Abierto del Justicialismo, su Secretario General en ese entonces, compañero José Espejo, les pidió a Perón y a Eva, frente a una multitud, que aceptaran sus respectivas candidaturas para las elecciones a realizarse en el siguiente mes de noviembre.

Evita vaciló, pidió tiempo y finalmente expresó: “Compañeros, como dijo el General Perón, yo haré lo que diga el pueblo”. Nueve días más tarde, el 31 de agosto, por cadena nacional, Evita oficializó el renunciamiento a su candidatura.

Transcribimos acá el Mensaje que Eva Perón le dio al pueblo de la Nación, por LRA Radio del Estado y La Cadena Nacional de Radiodifusión a las 21.00 hs. de ese 31/8/1951.

Compañeros, quiero comunicar al Pueblo Argentino mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron honrarme en el histórico cabildo abierto del 22 de agosto.

Ya en aquella misma tarde maravillosa, que nunca olvidarán ni mis ojos ni mi corazón, yo advertí que no debía cambiar mi puesto de lucha en el Movimiento Peronista por ningún otro puesto.

Desde aquel momento, después de aquel diálogo entre mi corazón y mi pueblo, he meditado mucho en la soledad de mi conciencia y reflexionando fríamente he tomado mi propia decisión en forma irrevocable y definitiva, presentada ya ante el Consejo Superior del Partido Peronista y en presencia de nuestro jefe supremo el Gral. Perón.

Ahora quiero que el Pueblo Argentino, conozca por mí misma las razones de mi renuncia indeclinable.

En primer lugar y poniendo estas palabras bajo la invocación de mi dignidad de mujer argentina y peronista y de mi amor por la causa de Perón, de mi patria y de mi pueblo, declaro que esta determinación surge de lo más íntimo de mi conciencia y por ello es totalmente libre y tiene toda la fuerza de mi voluntad definitiva.

Yo, que he vivido varios años, los mejores de mi vida, junto al Gral. Perón, mi maestro y amigo, he aprendido de él a pensar y a sentir y a querer, teniendo como únicos ideales la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.

La felicidad del pueblo, se concreta en el bienestar de trabajadores y en la dignificación de los humildes y en la grandeza de la patria que Perón nos ha dado y que todos debemos defender como la más justa, la más libre y la más soberana de la tierra.

Yo invoco en este momento el recuerdo del 17 de octubre de 1945, porque en aquella fecha inolvidable me formulé yo misma y ante mi propia conciencia, un voto permanente y por eso me entregué entonces al servicio de los descamisados, que son los humildes y los trabajadores.

Tenía una deuda casi infinita que saldar con ellos, que habían reconquistado a Perón para la patria y para mí.

No tenía entonces, ni tengo en estos momentos, más que una sola ambición. Una sola y gran ambición personal: que de mí se diga cuando se escriba este capítulo maravilloso que la historia seguramente dedicará a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevarle al presidente las esperanzas del pueblo, que Perón convertía en hermosas realidades y que a esta mujer el pueblo la llamaba cariñosamente Evita. Nada más que eso.

Evita quería ser cuando me decidí a luchar codo a codo con los trabajadores y puse mi corazón al servicio de los pobres, llevando siempre como única bandera el nombre del General Perón a todas partes.

Si con ese esfuerzo mío, conquisté el corazón de los obreros y de los humildes de mi patria, eso ya es una recompensa extraordinaria que me obliga a seguir con mis trabajos y con mis luchas. Yo no quiero otra cosa que este cariño.

Aceptar otra cosa, sería romper la línea de conducta que le impuse a mi corazón y darle la razón a los que no creyeron en la sinceridad de mis palabras, que ya no podrán decir jamás que todo lo hice guiada por mezquinas y egoístas ambiciones personales.

Yo sé que cada uno de los descamisados que me quiere de verdad, ha de querer también que nadie tenga el derecho a descreer de mis palabras y ahora, después de esto, nadie que no sea una malvado podrá dudar de la honradez, de la lealtad y de la sinceridad de mi conducta.

Estoy segura que el Pueblo Argentino y el Movimiento Peronista que me lleva en su corazón, que me quiere y que me comprende, acepta mi decisión porque es irrevocable y nace de mi corazón.

Por eso ella es inquebrantable, indeclinable y por eso me siento inmensamente feliz y a todos les dejo mi corazón.