Eva María Duarte nació en Los Toldos un 7 de mayo de 1919 y a sus pocos años conoció lo que era no pertenecer: su padre, hacendado de la zona, tenía una familia paralela que constituían ella y sus hermanos y que significaban vivir ocultos y sin derechos. Su madre no tenía salida a esa condena y entonces decidió que empezar de nuevo en otro sitio sería de gran ayuda a sus hijos, apartados de la mirada y el dedo acusador de su tierra natal.
Fue en Junín donde los chicos Duarte crecieron y donde Eva aprendió a relacionarse con niños de las afueras que eran hijos de peones rurales y que le mostraron una forma de vida rayana con la miseria. Con esas vivencias más su propia experiencia entiende que su futuro estaba en la Gran Ciudad siendo Buenos Aires, la meca de las oportunidades. Ya se destacaba actuando y declamando en los actos escolares y amaba escuchar a sus artistas favoritos en la radio cada tarde. El Séptimo Arte también le mostraba el aire glamoroso de las mujeres de la época que adoptó apenas se instaló en la Capital y así comenzó su derrotero con pequeños papeles como actriz de radioteatro y en la producción local de los estudios de cine. Con un look muy natural, su cabello oscuro, se destacaba en el creciente star system creciente y su cara comenzó a trascender la pantalla grande para instalarse en las revistas.
Ya en 1943, era parte de ese grupo selecto que portaba un nombre con peso propio y eso le permitió elevar su voz ante un maltrato a trabajadores en la pujante Radio Belgrano donde era figura. Esa acción mostraba ya su preocupación por los más vulnerables. Un año después y ante una tragedia nacional como lo fue el terremoto en la ciudad sanjuanina de Caucete, su participación junto a un grupo de artistas solidarios le brindaría un encuentro que marcará su destino para siempre al conocer a un joven coronel del Ejército que ya despuntaba como líder. Ya en Buenos Aires, el amor nacido en ese cruce fortuito se afianzó y su lealtad no claudicó mas que con su muerte prematura a los 36 años. El legado de Eva Perón nos guía y nos fortalece a seguir velando por los postergados, a nunca olvidar que donde existe una necesidad nace un derecho.
Las condiciones laborales de fines del 1800 no seguían el ritmo de progreso de las máquinas, las artes y las ciudades. Hacinados en galpones, en las afueras de las crecientes urbes, la gran masa obrera crecía al ritmo de su propia destrucción y así mujeres y niños se hacían imprescindibles para mantener la producción constante. Las familias que habían dejado las tareas rurales y buscaban un nuevo porvenir terminaban hacinadas respirando restos de carbón y conviviendo con ratas, sin acceso a agua potable o alimentos saludables.
La vida ya no era vida y entendiendo que eran los que mantenían las fábricas en pie, trabajadores de las ramas más representativas comenzaron a exigir mejor calidad en su labor diaria para continuar con sus tareas. Los reclamos se expandieron al igual que el descontento de los empleadores que sólo veían en los reclamos un gasto más en sus costos de producción.
En la ciudad de Chicago, donde se concentraba una alta cantidad de actividad industrial, un 1º de mayo de 1886 un grupo de trabajadores alzaron su voz y dieron un ultimátum: volverían a sus tareas si se accedía bajar las horas diarias de trabajo de 18 a 8. El anuncio de la huelga que convocó a 200 mil trabajadores y que duplicó ese número en 48 horas desató un enfrentamiento con la policía que intentaba dispersar a los manifestantes. Con muertos producto del fuego estatal, incluyendo dirigentes sindicales, los trabajadores sufrieron despidos, suspensiones y hasta torturas por el levantamiento pero para fines de ese año la conquista se hizo real y el hito se propagó en el mundo.
El Día Internacional del Trabajo se recuerda como una jornada de lucha y reivindicación de lo que pueden alcanzar los trabajadores unidos en defensa de sus derechos.
Trabajadores de las ramas de la industria habían comenzado el inicio del Siglo XX ya conociendo su potencial: sin ellos, las industrias eran cáscaras. La política ya no era potestad de los que tenían el voto calificado y el tratamiento de los recursos le dio a los obreros el lugar de privilegio que siempre debieron tener: Como hacedores, transformadores de piezas de acero y carbón en máquinas y artefactos, había llegado su turno de sentarse en la mesa de distribución sin retroceder un paso.
En Argentina, la defensa de los trabajadores estaba dividida y diversas ideologías los convencían para entender que la unión era más beneficiosa a la hora de negociar mejores salarios y alcanzar condiciones aptas para sus tareas. Acostumbrados a enfrentar a la patronal de manera atomizada, la fuerza se les escapaba y sólo dependían de la buena voluntad del flamante empresario.
Así, ante sostenidas discusiones y sucesos históricos que torcerían la realidad de cientos de asalariados, siendo lo acontecido la Semana Trágica de 1919 una bisagra para la organización del movimiento obrero nacional, para la década del `40 el desarrollo de la industria metalúrgica se había convertido en la madre para muchas otras como las del transporte, las ciencias médicas, las comunicaciones, las textiles, la de alimentación, y muchas más nacidas por nuevas necesidades como las del confort y del tiempo libre.
En 1943, se decidió que la defensa del sector debía estar unificado. Con representantes de gran peso como Nicolás Giulani y Ángel Perelman se comenzó a planificar lo que nacería un 20 de abril de ese año y que fue la creación de nuestra casa madre: la Unión Obrera Metalúrgica. A partir de ese momento, y con la llegada del peronismo al poder, los derechos fueron siendo conquistados y desde la Confederación General del Trabajo, los representantes de los trabajadores fueron los encargados de velar por esas victorias y de ser los guardianes de defenderlas incluso con su propia vida.
La historia del movimiento obrero siempre encontrará a la Unión Obrera Metalúrgica codo a codo luchando por nunca resignar los derechos conseguidos y velando por el bienestar de los trabajadores.
Celebramos un año más de vida y lo hacemos junto a nuestros afiliados como desde hace 78 años con las banderas de Perón y Evita como guía.
Hoy más nunca, estamos al lado de nuestros afiliados.
Recordar la jornada del 2 abril de hacen ya 39 años nos lleva a mirarnos hacia adentro y a saber que las decisiones de quienes nos gobernaban en el remate de un tiempo signado por la represión, el saqueo y muerte, fueron sólo una maniobra más para mantenerse en un poder usurpado con un mandato ilegítimo que ya no se sostenía. La caída de la Dictadura era inminente en la Argentina a comienzos de 1982 y un hecho aislado de un grupo de compatriotas en una isla con soberanía igual de usurpada le dio la excusa para agolpar a lo último que ya no podían doblegar: la opinión pública.
Días antes, autoridades del Foreign Office habían reclamado por vía diplomática el izamiento de la bandera argentina en un territorio austral británico y sólo pedía el pronto retira de aquella nave y sus tripulantes. Ante este pedido, de baja categoría bélica, las autoridades nacionales respondieron con el alistamiento de fuerzas y con la invasión en esa fría mañana de abril en contra de la una de las potencias mundiales en lo militar y lo político. Lo que vino después fue una catástrofe militar y humana, con soldados en el frente de batalla con casi nula instrucción y con abandono en sus condiciones en una tierra hostil. Los “chicas de la guerra” fueron jóvenes enrolados para sostener un régimen siniestro y descarado. Tenemos hoy la gran oportunidad de mostrarles cuánto nos honran los veteranos y nos duelen los caídos de esa guerra que sólo trajo dolor y de saber que tienen en todos los combatientes a hombres de honor que nunca olvidaremos.